dimecres, 20 de juliol del 2011

¿Tres ubres dobles son seis tetas?


PRECISIÓN

            Sonaba Love Shines de Ron Sexsmith en el equipo de audio del coche cuando me sobresalté al oír a Nuria abriendo la puerta de atrás para sentar a Héctor en su silla elevadora y cargar en el maletero su pequeña maleta roja con ruedas, como las de los coches de su película favorita, que la decoraban. Me había distraído pensando en la pinta andrógina de aquel tipo que cantaba. Andrógino, original, único. Andrógino y hermafrodita. Era como si él y su música fueran partes rotas de una misma unidad perdida y las canciones, imposibles intentos de unión pseudo-sexual por tratar de recuperarla. Andrógino; ¡coño!, como el erizo rosa de nuestras tardes de nocilla. El siguiente paso fue, claro está, sinápticamente irremediable. Imaginarme a Espinete -guitarra en ristre, agarrando el micrófono e inclinándolo mientras ladeaba sutilmente la cabeza en un estudiado gesto- y a Don Pinpón, con su sombrero de paja y sus tirantes azules, a la batería, siguiendo machaconamente el ritmo con sus enormes pies de trapo, fue todo uno.

         Nuria me devolvió a la realidad de la doble fila, al presente de los cláxones y de los empujones de la gente precipitándose los unos contra los otros -gravedad, ramera despiadada-. Me comentaba no sé qué de una dirección de internet donde podríamos ver y descargarnos las fotos de Héctor. Supongo que intentaba que la recordara porque me la repitió un par de veces. De repente Héctor interrumpió con su pregunta: “Papá, ¿tres ubres dobles son seis tetas?” Levanté un poco la cabeza para tratar de verle por el retrovisor sin que él se diese cuenta, y ahí estaba. Esa mirada. Orgullosa, altiva y arrogante. El mentón ligeramente levantado, como si de un pequeño Mussolini se tratara. Era como si la palabra “teta” hubiese desafiado el orden mundial establecido. Y esperaba una respuesta. La respuesta.

         Es curiosa la forma en que los niños se enfrentan a lo nuevo, a lo prohibido. ¿Acaso les habéis visto insultar por primera vez? Todo un espectáculo piro-musical. El tiempo se ralentiza. Parece como si tomaran impulso. Adelantan un pie buscando, al estilo de Battiato, un centro de gravedad más permanente que les dote de mayor estabilidad y evitar así el posible retroceso. Acompañan con la cabeza la trayectoria del proyectil a modo de imaginaria trazadora ajenos aún al efecto que las palabras ejercen sobre quienes las reciben; y experimentan. Una vez el insulto nos habita, todo se vuelve más predecible. Predecible, absurdo y aburrido. Lo mismo se nos descuelga de la boca la lista de la compra que un mala-avalancha-de-mierda-te-pille-en-un-callejón-sin-salida-con-la-boca-abierta-un-paraguas-roto-y-un-tapón-en-el-culo. Además, con el tiempo, el dominio de la técnica nos permite incluso eludir la bipedestación e igual nos cagamos en la puta madre que parió a fulanito arrellanados en el sofá que tumbados en la colchoneta del gimnasio.

         Nuria y yo nos miramos de reojo. Tácitamente acordamos no hacerle caso a según qué comentarios para intentar cortarlos por lo sano pese a que en este caso yo tuviera la secreta aunque algo tosca satisfacción por que realmente hubiera aprendido algo de lengua, matemáticas, o puede que de anatomía, durante su primer, y a todas luces analógico, campamento de verano.

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